Senador por La Araucanía
El 7 de diciembre será recordado como un día histórico para Chile. Entonces dimos un paso fundamental en inclusión, tolerancia y respeto a la diversidad sexual, la cual, después de siglos de postergación, podrá acceder a una de nuestras instituciones sociales más importantes: el matrimonio.
Esta es la culminación de un esfuerzo que comenzó hace más de seis años, cuando aprobamos el Acuerdo de Unión Civil. Si bien ese fue un significativo avance, dicha institución no replica el estatuto del matrimonio. A través del matrimonio igualitario se corrigen tales carencias, permitiendo que parejas del mismo sexo accedan a la institución matrimonial en plenitud.
He apoyado esta iniciativa desde sus orígenes porque soy liberal y estoy convencido de que la defensa de la libertad no puede restringirse sólo al ámbito económico, sino que debe extenderse también al social y cultural. No obstante, creo que esta ley debe ser valorada también por sectores conservadores, pues, al permitir que parejas homosexuales puedan legalizar su vínculo, no sólo no se menoscaba la familia, como algunos señalan, sino que ella es reafirmada. En efecto, en una época en que cada vez menos gente se casa y en la que las relaciones interpersonales son cada vez más frágiles e inestables, expandir el matrimonio a otras modalidades de amor supone una invitación a que más personas vivan su relación al amparo de esta maravillosa institución, renovando y reafirmando su vigencia y relevancia social.
En suma, el acceso igualitario al matrimonio representa el triunfo de valores humanitarios tan esenciales como la inclusión, el respeto, la familia y el amor. De ahora en más nuestra relación con las minorías sexuales ya no será de mera tolerancia sino de reconocimiento, inclusión y celebración. No queda más que celebrar que después de mucho tiempo el matrimonio igualitario sea ley de la República.
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