El COVID19 se ha convertido en una amenaza a escala planetaria que ha impactado significativamente en las pautas de comportamiento y dinámicas relacionales de los individuos, provocando diversas consecuencias en el campo de la salud física y mental. Lo anterior, se encuentra fundamentado en diversos reportes internacionales en los que se evidencia un aumento (al corto, mediano y largo plazo) de los trastornos relacionados con el estrés, la ansiedad, la depresión y la alteración de los patrones de sueño y alimentación (Shigemura et al. 2020).
Sumado a lo anterior, y como una forma de reducir el número de contagios, se han implementado diferentes medidas en el marco del estado de excepción constitucional de catástrofe, tales como: toque de queda, cordones sanitarios, cuarentena obligatoria para mayores de 75 años, uso de mascarilla obligatoria, cierre de las fronteras, etc. No obstante, dichas medidas no han permitido contener la rápida propagación del virus, dificultando significativamente la trazabilidad de los nuevos casos y la respectiva vigilancia / control epidemiológica de los casos activos, alcanzando un total de más de 105.000 contagiados y el lamentablemente fallecimiento de más de 1100 personas desde la llegada del COVID19 a Chile.
Por lo tanto, y desde la psicología de la emergencia y la cultura de la prevención (Sandoval-Obando, 2019) nos parece importante enfatizar que las cuarentenas son una medida sanitaria indispensable para el control de la pandemia, siempre y cuando, la población las cumpla de manera responsable y sistemática, elevando las medidas de autocuidado y fortalecimiento del higiene. De lo contrario, su impacto sanitario se reduce significativamente. Es importante reiterar que dicha medida fomenta el distanciamiento físico, y no social entre las personas. En otras palabras, a pesar de que se ha hablado de aislamiento social y soledad como si fueran constructos similares, esta información podría inducir a un error de interpretación por parte de la población. Por ende, hay que aclarar que dichos términos son diferentes:
a) El aislamiento social: se desprende de la calidad, cantidad y disponibilidad de las relaciones sociales que una persona posee en su entorno próximo.
b) Soledad: se refiere a la percepción subjetiva de un individuo respecto a la ausencia de redes sociales y de apoyo potencialmente necesarias o indispensables para su vida cotidiana.
Por consiguiente, una persona puede experimentar la soledad y el distanciamiento físico, pero no estar aislado socialmente, y viceversa. Así, la pandemia ha puesto en evidencia que el aislamiento social y la soledad pueden afectar a todos los individuos, aún cuando existe una población de riesgo conformada por niños/as, jóvenes y adultos situados en contextos vulnerados, personas que viven solos/as; viudos/as o separados/as; personas mayores e individuos con co-morbilidades previas.
Finalmente, es importante reforzar el distanciamiento físico y potenciar las redes virtuales de apoyo social en la población. Mantenernos unidos/as a pesar de la distancia se transforma en un factor protector para nuestra salud mental en contexto de pandemia. Ejemplos de estas iniciativas han incluido el desarrollo de grupos de apoyo a través de plataformas en línea como Facebook, Twitter, Skype, Zoom o WhatsApp, la autogestión comunitaria para la gestión y priorización de necesidades; primera ayuda psicológica e intervención psicológica vía remota, monitoreo y vigilancia de pacientes crónicos a través de la telemedicina, etc.
Las intervenciones descritas podrían facilitar la interacción y la asistencia telefónica para la entrega de artículos esenciales y orientación / apoyo a los grupos más vulnerables, destacando su relevancia para la construcción sistemática de redes de apoyo social durante la pandemia. Sin duda, aún existen brechas digitales evidentes en nuestra población y grupos de riesgo, pero se transforma en un desafío país el que podamos reducirlas o en su defecto, ponerlas al servicio y disposición de quién más lo necesita.
[1] Psicólogo; Magíster en Educación, Políticas y Gestión Educativas; Doctor en Ciencias Humanas; Postdoctorado© en Desarrollo Evolutivo (Facultad de Psicología, Universidad de Valencia, España). Investigador Responsable del FONDECYT de Iniciación Nº 11190028. Académico adscrito Escuela de Psicología e Investigador asociado al Instituto de Estudios Sociales y Humanísticos (IdeSH), Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades – Universidad Autónoma de Chile (Chile). Correspondencia a: [email protected]
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